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martes, 8 de noviembre de 2011

Cuando se apagan las Luces por Andrés Corrales


(Éxodo 13:21-22) 

Cuando era niño no recuerdo nunca haber tenido temor al apagarse las luces al llegar la hora de dormir, y eso que no era precisamente el chico más valiente, eso sí un detalle que no puedo pasar de contar es que hasta casi los cinco años dormí con mis padres. 

Éramos una familia numerosa en una casa pequeña y eso complicaba el tema que cada uno tuviera su propia habitación, así que en el poco espacio del cuarto de mis padres dormíamos uno de mis hermanos y yo, nos acomodábamos en unas colchonetas al lado de su cama y allí dormíamos.

Yo soy el menor de todos, siempre fui bastante cuidado especialmente por mi madre quien para ella yo era algo más que sus ojos quizás porque cuando nací casi ambos morimos.

Así que cuando las luces se apagaban yo saltaba y me metía en medio de mis padres, acomodándome entre las frazadas, sentía el calor que solo tus padres te pueden dar, tal vez no éramos la familia con más comodidades pero yo era un niño feliz al llegar la noche.

Años más tarde me doy cuenta que las situaciones no siempre caminan bajo la feliz luz de la tranquilidad y que al contrario en muchos pasajes de mi vida he sentido que las luces alguien las apaga.

Cuando trato de ver hacia qué norte seguir pero no lo consigo, cuando veo que ciertos pilares que me producen seguridad se pierden entre las nieblas de lo oscuro, ó como cuando caigo en la dura y expuesta realidad que no todo está bajo mi control. 

Luces que cesan en mi horizonte, que dejan de brillar que dejan de sonreír para que caminar con paz en el corazón y que en cambio lo que te ocurre es que como aguas corren por tu alma los temores y las dudas.

No solo no puedes ver sino que tus sentidos se distorsionan, como si a la brújula de tu vida las mareas de las situaciones le hayan enloquecido, por instantes lo único que deseas es correr como lo hacen los adolescentes para abrazar su almohada y llorar con ella como si esta les entendiera. 

Recordando mi infancia, ahora sé que no era tan valiente, sino que la diferencia la hacía al saltar a la cama de mis padres en cuanto las luces se apagaran, en eso consistía mi valor.

No todo es aterrador al apagarse las luces en tu vida, si es que sabes hacia dónde ir. Las sombras no te son tan altas cuando puedes experimentar los brazos de tu Padre. 

La maravillosa Gracia de Dios puede contenerte como lo hace una gallina con sus polluelos, cubriéndote con sus alas para que el terror nocturno ni siquiera te roce. 

Su amor es tan brillante que cuando pienses que no sabes en donde estas, del mismo desierto nocturno el traerá una columna de fuego para calentarte y sepas donde te encuentras.

Si vas a saltar hacia alguna parte cuando no puedes más porque tus fuerzas se han agotado que lo sea hacia el regazo de Dios, pues este, es el mejor lugar donde nunca jamás podrás estar.

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